Mi Parto por Cesárea: Miedo, Espera y el Momento Más Feliz de Mi Vida
Si algo aprendí con mi parto, es que los planes pueden cambiar en cualquier momento. A veces pensamos que todo saldrá según lo esperado, pero la realidad nos enseña que hay que estar preparadas para lo inesperado.
El 5 de noviembre ingresé en el hospital. Tenía herpes genital y eso significaba que mi parto debía ser por cesárea. Me la programaron para las 6 de la tarde, y aunque estaba nerviosa, me sentía lista. Mi marido y yo nos acomodamos en nuestra habitación compartida, él en un sillón cama, yo en una cama que, sorprendentemente, era muy cómoda. Todo parecía ir bien hasta que, a las 4 de la tarde, nos dieron una noticia que no esperábamos: el anestesista tenía una urgencia y mi cesárea se posponía hasta el día siguiente.
Fue un golpe difícil de asimilar. Ya estaba mentalizada, con la emoción y los nervios a flor de piel, y de repente… a esperar. Esa noche apenas tengo recuerdos. Solo sé que me dolían las vías donde me habían administrado la medicación para el herpes, y que el tiempo parecía detenerse.
Al día siguiente, a las 9:30 de la mañana, llegó el momento. Me llevaron al quirófano y tuve que separarme de mi marido. Esto es algo que no se menciona mucho, pero en muchas cesáreas programadas no dejan entrar a los acompañantes. Aunque había muchas personas a mi alrededor, me sentí sola. Sé que muchas mamás han pasado por esto, y quiero decirles que es normal sentirse así.
Intentaron colocarme las vías en tres lugares distintos, hasta que al final una funcionó. Luego vino la anestesia en la espalda, y aunque no fue tan doloroso como imaginaba, la sensación es extraña y da miedo. Mi pierna escayolada no se dormía del todo, lo que me puso aún más nerviosa.
Cuando empezó la cirugía, no sentí dolor, pero sí una presión intensa. Sabía que era normal, pero la parte más difícil fue cuando intentaron sacar a Isaac. Era grande y no salía fácilmente, así que la matrona tuvo que empujar con fuerza sobre mis costillas tres veces. Ese dolor sí lo sentí, y fue fuerte. Pero sabía que cada empujón significaba que mi bebé estaba más cerca de estar conmigo.
Y entonces, lo escuché llorar.
Me lo acercaron a la mejilla y en ese instante, todo valió la pena. Ese momento, esa sensación de tenerlo tan cerca, es algo que nunca olvidaré. No importaba el miedo, la espera, ni el dolor. Isaac estaba aquí, sano, fuerte, y era mío.
Pero mi historia no terminó ahí.
Apenas unos minutos después, empecé a sentir ardor en la zona de la cesárea. Fue un dolor inesperado, intenso. Avisé a la anestesista y decidieron dormirme por completo. Antes de cerrar los ojos, vi cómo se llevaban a mi bebé con su papá. Sabía que él lo cuidaría bien.
Cuando desperté, estaba en una sala de recuperación, con la anestesista y una asistente a mi lado. Sentía muchísimo frío y no podía dejar de temblar. Me habían dicho que era normal, pero en ese momento lo único que quería era volver con mi bebé y mi marido.
Y finalmente, me llevaron de regreso a la habitación.
Cuando entré, vi la cara de mi marido y supe que todo estaba bien. Y poco después, trajeron a Isaac.
Nos miramos los tres, y entendí algo: no importa cómo llegues a ese momento, si fue un parto natural, una cesárea planificada o de urgencia. Lo único que importa es que al final, tu bebé está contigo.
A todas las mamás que están esperando su parto, quiero decirles algo: no hay una única forma de dar a luz. Y aunque el miedo sea grande, al final, la felicidad es aún mayor.
No estás sola
A veces, la maternidad puede sentirse solitaria, pero no tienes que cargar con todo en silencio. Aquí tienes un espacio seguro para compartir lo que sientes, sin juicios, sin miedos. Porque lo que vives, otras mamás también lo han sentido. Escribiendo tu historia, puedes ayudar a alguien más a sentirse comprendida.