De la cama al colecho: nuestra transición
Cuando llegamos a casa con nuestro bebé, pensé que, a pesar de haber cuidado niños antes, ya tenía cierta experiencia. Pero la verdad es que nada me había preparado para cuidar a un bebé tan pequeño las 24 horas del día.
Las primeras cuatro semanas, mi bebé durmió con nosotros en la cama. No porque fuera nuestro plan inicial, sino porque cada vez que lo ponía en su cuna colecho, lloraba como si estuviera sobre un lecho de espinas. Sus llantos me partían el alma y terminaba trayéndolo de vuelta a mi lado.
Al mismo tiempo, me aterraba la idea de que durmiera entre mi marido y yo. Él tiene un sueño muy profundo y, sin darse cuenta, se daba la vuelta en la cama demasiado cerca del bebé. Dicen que cuando un bebé está en la cama, los padres son más conscientes y cuidadosos… pero yo no podía confiarme en eso. Sé que los accidentes ocurren, y mi instinto me pedía proteger a mi bebé de cualquier riesgo.
Así que, durante ese primer mes puse al bebe a un lado de la cama y yo en el medio. Dormía de lado, con él pegadito a mí, amamantándolo cada vez que se despertaba. A veces, ni siquiera me daba cuenta de que se enganchaba solo, y despertaba con él tomando su «tetica», tan tranquilo. Era una de las cosas más hermosas que he vivido. Pero también una de las más duras físicamente. Mi espalda me mataba.
Cada dos o tres horas cambiábamos de posición, girándonos en la cama con la cabeza a los pies para que él no tuviera siempre la cabeza apoyada del mismo lado. No quería que desarrollara plagiocefalia, así que me las ingeniaba como podía.
La noche en la que todo cambió
Cuando mi bebé cumplió cinco semanas, fuimos a una cena con mis compañeros de trabajo. Fue la primera vez que salimos en familia. Él durmió casi toda la velada, y yo disfruté volver a sentirme un poco «yo».
Allí, hablé con una compañera que también era madre. Sus hijos ya eran mayores, pero cuando le pregunté cómo dormían de bebés, me respondió con mucha seguridad: «Siempre en la cuna colecho. Desde el primer día. Así se acostumbraron.»
Sus palabras se quedaron rondando en mi cabeza. Esa noche, llegamos a casa agotados. Yo no había dormido bien en semanas, y sabía que estaba demasiado cansada para hacer un colecho seguro. Fue entonces cuando decidí que tenía que insistir.
Esa noche, con todo el amor y la paciencia del mundo, cada vez que mi bebé lloraba en la cuna, lo tomaba en brazos, lo mecía, le daba pecho… y cuando se quedaba dormido, lo volvía a colocar en su cunita. Nunca lo dejé llorar solo, pero tampoco volví a traerlo a la cama.
Dormí solo tres horas esa noche, pero al final, lo logramos.
Hacer de su cunita su espacio seguro
Desde esa noche, todo empezó a mejorar. Descubrí que, en vez de usar una sábana, funcionaba mejor ponerle una manta bien tensada sobre el colchón, para que no sintiera el frío al pasarlo dormido. También me aseguré de que la cuna fuera un espacio seguro y acogedor:
Dejaba que jugara un rato allí cuando estaba despierto.
Lo ponía en su cunita para las siestas.
Cuabdo cambiaba su mantita lo hacía siempre por una con la que solía arroparlo en la cama, para que conservara su olor y le resultara familiar.
Con el tiempo, su cuna dejó de ser un lugar desconocido y pasó a ser su refugio. Ahora ya duerme en una cuna más grande y se adapta genial.
Si estás pasando por algo parecido, quiero decirte algo: no hay una única manera correcta de hacerlo. Cada bebé y cada mamá tienen su propio ritmo. Lo más importante es encontrar lo que funcione para ustedes y hacerlo con amor.
No estás sola
A veces, la maternidad puede sentirse solitaria, pero no tienes que cargar con todo en silencio. Aquí tienes un espacio seguro para compartir lo que sientes, sin juicios, sin miedos. Porque lo que vives, otras mamás también lo han sentido. Escribiendo tu historia, puedes ayudar a alguien más a sentirse comprendida.